Todos conocen a Alejandro Ros: uno de los grandes diseñadores gráficos argentinos, que además de siempre aportar una mirada disruptiva y original a la profesión, ha terminado siendo un personaje único del panorama artístico actual, atravesando con sus ideas la música, la pintura, el teatro, en fin, la cultura popular argentina.

En línea con su excentricidad racional, decidió comprar una antigua (y muy deteriorada) casa en el barrio de Warnes, rodeado de talleres mecánicos y construcciones bajas, teniendo muy claro que la idea era generar un espacio único, divertido e ingenioso, dentro de la monotonía del barrio.

La casa se estructura de tal forma que los jardines de la casa, cuidadosamente pensados y ejecutados pasan a ser los protagonistas del asunto, quedando la arquitectura en un segundo plano, con colores únicamente blancos, sin estridencias para que el verde se destaque.

En los interiores, se mantienen las mismas ideas: pocos materiales, solo madera, color blanco y la menor cantidad de muebles y objetos posibles.

La idea de recrear “un pedazo de Japón dentro de Warnes” ha sido lograda, y Ale puede disfrutar trabajando, invitando amigos y haciendo fiestas dentro de esa típica casa de barrio, sin que nadie pueda percibirlo.

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